Confesiones de un procrastinador profesional (Y cómo la tecnología es su peor enemiga y su mejor amiga)
Por Ema Voil
Hace exactamente cuarenta y siete minutos, me senté frente a mi computadora con la firme determinación de escribir este ensayo. Cuarenta y seis minutos y treinta segundos después, me encontré absorta en un documental sobre la extraordinaria capacidad de los pingüinos emperadores para soportar temperaturas de -60°C mientras incuban sus huevos. El macho permanece inmóvil, en pie, durante dos meses completos, soportando vendavales antárticos, todo sin comer. Y yo no puedo permanecer enfocada en una tarea durante veinte minutos sin revisar mi teléfono.
¿Qué dice esto sobre la evolución? ¿O sobre mí?
La telaraña digital que nos atrapa
La procrastinación no es un invento moderno. Séneca escribía sobre ella hace dos milenios, llamándola «aegritudo animi» – una enfermedad del espíritu. Pero lo que es indudablemente moderno es la sofisticada arquitectura de distracciones que hemos construido alrededor de nosotros, un ecosistema perfectamente diseñado para mantener nuestra atención fragmentada como un espejo roto.
Las notificaciones saltan como pequeñas burbujas de dopamina frente a nuestros ojos. Cada una promete una recompensa social o informativa inmediata. Aquí está el comentario en tu última publicación. Ahí, un mensaje de un viejo amigo. Allá, la alerta de noticias sobre algo que probablemente olvidarás en quince minutos. Juntas, forman una cacofonía digital que hace que el acto de concentración parezca un anacronismo, un arte perdido como la caligrafía o la navegación por estrellas.
El filósofo y neurocientífico Sam Harris lo describe como «estar a merced de algoritmos que conocen exactamente qué botones presionar en nuestro cerebro.» La tecnología ha mapeado los atajos neurológicos hacia nuestros centros de recompensa con una precisión que haría sonrojar a Pavlov.
El paradójico salvavidas digital
Y sin embargo, en un giro que parece sacado de una novela de Borges, la misma tecnología que nos distrae ofrece soluciones cada vez más sofisticadas para combatir esa distracción.
Aplicaciones como Forest, que planta un árbol virtual (y a veces uno real) mientras mantienes la concentración. O Freedom, que bloquea despiadadamente sitios web y aplicaciones durante el tiempo que especifiques. O mi favorita personal, Todoist, donde organizo meticulosamente todas las tareas que procrastinaré mañana.
Hay una extraña poesía en utilizar algoritmos para protegernos de otros algoritmos; como contratar a un lobo para que vigile a otros lobos mientras intentamos pastorear nuestras dispersas ovejas mentales.
La escritora Annie Dillard observó una vez que «la forma en que pasamos nuestros días es, por supuesto, la forma en que pasamos nuestras vidas.» Si esto es cierto, muchos de nosotros estamos viviendo una existencia fragmentada en episodios de diez segundos, interrumpida por verificaciones compulsivas de bandeja de entrada.
La batalla interior externalizada
El psicólogo Adam Grant señala que «la procrastinación es una forma de autoprotección. Cuando posponemos una tarea, no estamos evitando el trabajo; estamos evitando las emociones negativas asociadas con ese trabajo.» La tecnología simplemente ofrece el refugio más accesible para esa evasión.
Lo que hace que esta relación sea tan complicada no es la tecnología en sí, sino lo que representa: una externalización física de nuestros conflictos internos. Cada notificación que revisamos, cada video aleatorio de YouTube, cada paseo sin rumbo por Twitter (ahora X) es una pequeña deserción de la tarea presente, una votación contra el ahora a favor de un estímulo diferente.
La poeta Mary Oliver preguntaba: «Dime, ¿qué planeas hacer con tu única y salvaje vida?» Es una pregunta poderosa y, francamente, aterradora. Tal vez procrastinamos porque responderla requiere el tipo de introspección que es mucho más difícil que ver videos de gatos.
El círculo sin fin
Mientras escribo estas últimas líneas, he revisado mi teléfono dos veces (miento, tres), he respondido un correo electrónico «urgente» que podría haber esperado, y he dedicado aproximadamente siete minutos a considerar seriamente si debería hacer café ahora o después de terminar.
La ironía no se me escapa: un ensayo sobre la procrastinación, interrumpido repetidamente por actos de procrastinación. Es como si el propio tema ejerciera una fuerza gravitacional, atrayendo hacia él los muy comportamientos que intenta examinar.
Como observó Kafka: «La procrastinación es uno de los defectos más comunes, y el consejo de superarlo mediante el esfuerzo de voluntad es sobre todo inútil ya que el problema es precisamente el fracaso de la voluntad, que se manifiesta como incapacidad para trabajar… por ello, el consejo de superar la procrastinación es como el consejo que se le da a alguien que se está ahogando, diciéndole: ‘Aprende a nadar’.»
Tal vez la respuesta no sea luchar contra la marea tecnológica, sino aprender a navegar mejor sus corrientes. O tal vez simplemente necesitamos recordarnos periódicamente que somos capaces de concentración sostenida, incluso si nuestros dispositivos están diseñados para hacernos dudar de esa capacidad.
Bonus: La guía del procrastinador para apps de productividad
- Forest: Planta un árbol virtual que morirá si abandonas la app. Porque aparentemente necesitamos la amenaza de homicidio botánico para concentrarnos.
- Freedom: Bloquea sitios web distractores. Utilizada principalmente para impedir que tu yo de las 2 p.m. sabotee los mejores planes de tu yo de las 9 a.m.
- Todoist: Para listar meticulosamente todas las tareas que vas a posponer hasta que se vuelvan críticas.
- Pomodoro Timer: Basado en la revolucionaria idea de que puedes concentrarte durante 25 minutos si sabes que después puedes revisar Twitter durante 5.
- Wovi: Porque escribir tus ideas tomaría demasiado tiempo y las habrías olvidado para cuando termines de ver un video de «solo 5 minutos» sobre cómo funcionan los agujeros negros.
- RescueTime: Te muestra exactamente cuánto tiempo has desperdiciado hoy, para que puedas sentirte culpable mientras sigues desperdiciando tiempo.
Y recuerda: ninguna app de productividad en el mundo puede salvarte de la verdad fundamental de que, a veces, el trabajo significativo simplemente requiere enfrentarse al abismo de la concentración prolongada. Como dijo Nietzsche: «Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.» Aunque probablemente lo dijo sin tener 37 pestañas abiertas en su navegador.