La paradoja de la autenticidad narrativa: ¿Queremos la verdad o solo una buena historia?

Imagina esto: Estás revisando tu feed de Instagram. Ves la foto de una amiga en la playa, con el mar de fondo y una sonrisa perfecta. La imagen dice felicidad, libertad, vida soñada. Pero lo que no ves es que esa foto se tomó después de una discusión con su pareja, o que está luchando con ansiedad. No lo sabes, y probablemente nunca lo sabrás, porque esa parte de la historia no entra bien en el marco cuadrado de una publicación.

Este es el dilema entre la verdad y la narración. La tensión entre contar lo que realmente pasa y contar una versión que encaje, que guste, que sea fácil de digerir.

La brecha entre la realidad y la narrativa

Hay un concepto que algunos llaman «Narrative Gap» o brecha narrativa. Es ese espacio entre lo que sucede y lo que contamos. No porque mintamos (aunque a veces también), sino porque las historias, para ser atractivas, necesitan forma. Y la realidad, muchas veces, no la tiene.

En marketing, en redes sociales, en las relaciones humanas… todos caemos, sin querer, en ese juego: seleccionar qué parte mostrar y cómo enmarcarla para que tenga sentido.

¿Por qué preferimos historias y no hechos?

Aquí entra otro concepto importante: el «narrative bias», o sesgo narrativo. Nuestra mente está diseñada para entender el mundo a través de historias. Desde niños, aprendemos que las historias tienen un inicio, un conflicto y un final. Esperamos que las cosas «cierren».

Pero la vida real rara vez cierra bien.
Las conversaciones quedan a medias.
Los proyectos se interrumpen.
Las personas cambian de opinión.

Aun así, cuando contamos algo, inconscientemente le damos un arco narrativo. No solo porque queremos que otros nos entiendan, sino porque nosotros mismos queremos entender lo que vivimos.

La presión de la historia perfecta

En la era digital, esto se hace aún más fuerte. Las redes sociales premian las historias que generan emoción, no necesariamente las que cuentan la verdad. ¿Qué se comparte más rápido? ¿Un post sincero sobre un mal día o una foto perfecta con una frase motivacional?

Y así, poco a poco, la brecha se hace más grande.
Queremos autenticidad, pero también queremos que nos entretengan.
Queremos historias reales, pero solo si cumplen con nuestras expectativas de lo que «debería» ser una buena historia.

La paradoja que enfrentamos todos

Esta es la paradoja de la autenticidad narrativa:
👉 Queremos verdad, pero también queremos emoción.
👉 Pedimos honestidad, pero buscamos que nos cuenten algo que nos atrape.
👉 Admiramos la vulnerabilidad, pero siempre y cuando venga con un final esperanzador.

Entonces, ¿cómo salimos de ahí? Quizás la respuesta no es dejar de contar historias —porque las necesitamos para entender el mundo—, sino ser conscientes de que toda historia tiene un filtro.

Tal vez se trata de aprender a leer entre líneas, a preguntarnos:
🔸 ¿Qué parte de esta historia no se está contando?
🔸 ¿Por qué esta versión me llega más que otras?
🔸 ¿Qué espero yo de una «buena historia», y cómo eso moldea lo que acepto como verdad?

¿Y si aceptamos historias incompletas? Quizás el camino está en aceptar historias que no terminan bien, que no tienen moraleja, que solo son lo que son. Historias que no encajan perfecto, pero son reales.

El poder de las historias compartidas Es fascinante cómo cambia la narrativa cuando dejamos de contarla en solitario.

Cada historia individual puede ser un fragmento, pero cuando se entrelazan, crean un tapiz más rico y auténtico. 

Porque al final, la vida también es eso: Un conjunto de relatos a medio escribir que cobran más sentido cuando los compartimos.

Por Ema Voil